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Yo no quiero entrar en ello a pesar de tener mi propia opinión sobre la astucia de políticos -de la oposición y del gobierno-, ciudadanos, empresarios, periodistas, etc. de esta tierra. Me incluyo en el paquete, que quede claro.
El eje de la cuestión ha sido el hecho de que, dadas las circunstancias que alimentan este blog, el PPCV obtenga mayorías absolutas en los ayuntamientos de las principales ciudades valencianas o en la misma Generalitat Valenciana.
Yo sostengo que, a pesar de que la opción política de los ciudadanos es sagrada y el pueblo es soberano, el pueblo puede no acertar en sus decisiones y, que en este caso, los valencianos nos hemos equivocado, al menos en las últimas elecciones municipales y autonómicas.
Llevo bastante tiempo insistiendo sobre lo mismo, de forma que no creo que sorprenda a nadie.
Por otra parte, y también he insistido sobre ello en este blog, la no alternativa a la mayoría absoluta del PPCV es un PSPV que, desde hace bastante tiempo, viaja sin un rumbo definido.
Así las cosas, el panorama pinta poco alentador para el futuro político de los valencianos. En todo caso, vamos a lo que vamos y veremos qué sale de este post.
La gestión de la cosa pública desarrollada por el PPCV ha girado sobre dos ejes principales:
- Los grandes eventos como motor económico y turístico de la Comunitat Valenciana.
Este fin de semana en Jerez se ha celebrado el enésimo Gran Premio de Motociclismo. La Junta paga el canon correspondiente a la celebración del Gran Premio y, con todo, el saldo positivo es de -creo recordar- 53 millones de euros para la ciudad de Jerez y otros municipios de la Bahía de Cádiz como el Puerto de Santa María.
De modo, que no me malinterpretéis. Los grandes eventos se han convertido en una pieza más de la estrategia turística en el territorio, lo queramos o no.
Sin embargo, el peligro radica en que se conviertan en la única baza que la Administración Pública esté dispuesta a jugar.
En el caso valenciano, la Copa América ha supuesto sin duda un empujón para la imagen internacional de la ciudad de València, nadie lo duda, sin embargo, la obcecación con el formato y con el producto no es el camino.
Creí en su momento, y lo sostengo, que la celebración de un gp de F1 era más un chantaje del Ayuntamiento de València y de la Generalitat Valenciana que una buena idea. Los hechos demostraron que, efectivamente, los valencianos votaron con una sola carta sobre la mesa: la celebración del gp dependía únicamente de la reelección de Francisco Camps como President de la Generalitat. Personalmente que un personaje como Ecclestone sea quien dirija el debate público valenciano me parece poco recomendable.
En Alicante, la salida de la Volvo Ocean Race desde Alicante se tradujo en un buen número de reservas de hotel y cientos de miles de euros gastados por los turistas durante esos días. Sin embargo, nunca oigo hablar de la regata como la Alicante Volvo Ocean Race y me temo que los organizadores del evento no se preocuparon demasiado por que esto fuera así.
Creo, más bien, que la Volvo Ocean Race se utilizó como un instrumento que sirviera a una doble finalidad. Por una parte, compensar el aparentemente eterno agravio comparativo entre Alicante y València. Por otra, para cegar a los ciudadanos con un gran fiestón que diera apariencia de gran ciudad a una ciudad de provincias venida a menos como Alicante. Siento si soy muy duro, pero es lo que pienso.
- El sector inmobiliario como foco central de la actividad económica y como polo de atracción turística de esta tierra.
La Comunitat Valenciana se ha convertido en un destino preferente para extranjeros comunitarios que establecen aquí su segunda residencia o, en muchos casos, su residencia definitiva tras su jubilación en sus países de origen. Empezaron a llegar hace dos o tres décadas atraídos por el paisaje de esta tierra, sus playas, su clima y su nivel de vida. Hoy las segundas residencias de Alicante, por ejemplo, suponen un 30% del total nacional.
Durante una década, pues, los esfuerzos del empresariado valenciano se han centrado -y sólo cabe recordar las recomendaciones de algunos patronos autonómicos- en el ladrillo y en los servicios derivados.
La consecuencia: el monocultivo, la destrucción del territorio, la crisis de las industrias tradicionales, el aumento del poder adquisitivo de los ciudadanos al calor del boom inmobilidario, el endeudamiento de las familias, etc.
El riesgo era claro, un estallido de la burbuja supondría la destrucción de cientos de miles de empleos y una profunda crisis social y económica. Pues bien, el riesgo ha pasado de la potencia al acto.
Y vosotros diréis que no es un problema endémico de esta tierra. Y yo os respondo que así es, pero que las consecuencias de la crisis del ladrillo son más profundas, o al menos diferentes, en la Comunitat Valenciana, en les Illes Balears, en Andalucía o en Canarias, que en Cataluña, el País Vasco, Navarra, Cantabria o Extremadura.
Entre otras cosas porque otras sociedades, otras comunidades autónomas han sabido diversificar sus riesgos; tiene una clase empresarial que sabe que todo lo que rápidamente sube, rápidamente baja; ciudadanos dispuestos a proteger sus territorios por encima del beneficio económico inmediato; medios de comunicación críticos, una sociedad civil viva y dinámica.
De todo esto, creo yo, carecemos los valencianos, y en una situación de crisis como la actual parece claro que los valencianos se equivocaron cuando apostaron por estos dos ejes.
Para que os hagáis una idea, mientras el gobierno de la Generalitat Valenciana ha promovido la celebración de Grandes Eventos en la Comunitat Valenciana, los alumnos de un colegio de Alicante han recibido su educación en barracones prefabricados.
La empresa pública encargada de construir las infraestructuras educativas está en quiebra a pesar de que su sede social le costó el equivalente a la construcción de doce colegios públicos.
La educación, el conocimiento, la tecnología, la innovación y la investigación han quedado relegados a un segundo o tercer plano para las administraciones del PP en la Comunitat Valenciana. Hasta tal punto es así, que los propios ciudadanos se creyeron el engaño y consideran que la construcción de un Parque Tecnológico en la Universidad de Alicante no es una buena idea y que no aportará nada a la ciudad.
Pues en esas estamos.