El presente y el futuro de la política valenciana son un enigma de difícil solución.
Así, en un ambiente general de sospechas de corrupción política y de degradación de los servicios públicos, la versión más dura del Partido Popular obtiene mayorías absolutas consecutivas sin síntomas de fatiga aparentes entre una población que se declara mayoritariamente de centro (un 40% de los valencianos afirman ser de centro).
En este escenario, el principal partido de la oposición encuentra serias dificultades para ejercer como alternativa al PP en las diferentes citas electorales nacionales, autonómicas o municipales; tres candidatos -Joan Romero, Antoni Asunción y Joan Ignasi Pla- se han erigido desde 1997 como adalides del cambio de tendencia conservadora en la Comunitat Valenciana. Ninguno de ellos ha cosechado éxitos electorales dignos de despertar las esperanzas de un cambio de ciclo en la vida política valenciana.
Por su parte, el resto de partidos progresistas viven un proceso de constante atomización y lucha interna que hace prácticamente imposible la construcción de un discurso firme y coherente, complementario al del PSPV.
Ante este panorama, los valencianos votan sistemáticamente al Partido Popular quizá como el menor de los males, aunque tenéis que permitirme que lo dude.
No es complicado entrever las razones por las cuales la política valenciana se mueve por los caminos actuales leyendo la prensa diaria.
Un buen ejemplo son las distintas mociones de censura que han tenido como protagonista al Partido Popular desde las elecciones municipales de 2007. El último movimiento se ha producido en Calp, símbolo de la recuperación del progresismo valenciano en tierras alicantinas.
A la vista del próximo pacto Bloc-PP, esa recuperación cada vez parece más débil y muestra que la vida política valenciana no se mueve en los previsibles ejes izquierda-derecha y valencianista-nacionalista (entiéndase el matiz), sino en un entramado de intereses personales y sectoriales que deja al margen a los ciudadanos o, mejor, se desarrolla con la silenciosa complicidad de una gran parte de ellos.
Aunque a tenor de estos movimientos y de la amarillización de la vida política, sería de esperar que la ciudadanía mostrar un creciente rechazo por ésta, no hay síntomas de fatiga.
Si tomamos como termómetro del nivel de implicación en la vida política la participación en las últimas elecciones generales, nos daremos cuenta de que los valencianos no nos contamos precisamente entre los ciudadanos menos politizados del Estado.
Según datos de las últimas elecciones generales con una media del 75.32% de participación, sólo La Rioja (80.76%), la Comunidad de Madrid (80.84%), Castilla la Mancha (80.62%) y Murcia (80.46%) registraron índices de participación superiores a los de la Comunidad Valenciana (79.63%).
Por su parte, los socialistas están enfrascados en un proceso de renovación y acercamiento a la sociedad valenciana que va camino de durar 15 años, y que no consiste en un debate público sobre ideas y proyectos, sino básicamente sobre caras, familias, afinidades personales y lealtades orgánicas.
En el tiempo que dura este debate, el Partido Popular se ha instalado cómodamente en todos los estamentos de la administración, ha ocupado todo el espacio político disponible, y ha relegado al PSPV a una posición de comparsa, de secundario en la vida política valenciana.
Esta aparente posición secundaria del PSPV está retroalimentada por la incapacidad socialista para construir -o al menos transmitir- un proyecto sólido y coherente, hasta tal punto que ha calado en la sociedad y lleva camino de eternizarse.
Si el congreso que los socialistas valencianos celebran este fin de semana es capaz de ofrecer a los ciudadanos una alternativa de futuro a la administración del Partido Popular, si esa alternativa está clara en las mentes de los dirigentes socialistas y, por último, si estos son capaces de transmitirla a la sociedad valenciana de forma unánime, la posibilidad de que el futuro de la política valenciana sea otro empezará a vislumbrarse.
Y esa alternativa ha de pasar, desde mi punto de vista, por un compromiso claro con fundamentos más cercanos al socialismo del siglo XXI que al centro político que, tibiamente, el PSPV empieza a defender como horizonte.
Así, la transparencia en la vida pública,la planificación ordenada del territorio y de su desarrollo, la mejora de los servicios públicos y la ampliación de las bases de protección social, la modernización e internacionalización de las estructuras productivas de la Comunitat Valenciana, la lucha contra la pobreza y la exclusión, la protección del Medio Ambiente, o la plena participación de la Comunitat Valenciana en un proyecto autonómico basado en la solidaridad, deberían ser las bases del proyecto socialista que salga del congreso del próximo fin de semana.
Los ciudadanos valencianos sabrán agradecer el esfuerzo socialista.